Están en todas partes. En nuestros teléfonos, automóviles, salas de estar, cocinas, oficinas e incluso en las fábricas. La mayoría de las veces invisibles, sin embargo, impregnan nuestra vida cotidiana. Los chips electrónicos, conjuntos de componentes microscópicos (transistores, diodos, convertidores y más) grabados en un pequeño trozo de material semiconductor como el silicio o el arseniuro de galio, nos rodean por completo.
Un teléfono inteligente contiene más de 150 chips. Un coche eléctrico tiene entre 1.000 y 3.000. En un hogar moderno, se pueden encontrar hasta 5.000, incluyendo los que se encuentran en dispositivos electrónicos (televisión, tableta, ordenador, router, refrigerador), equipos de energía (LEDs, caldera, paneles fotovoltaicos) y sistemas de domótica (alarma, sensores).
Desarrollados después de la Segunda Guerra Mundial, la empresa estadounidense Fairchild Semiconductor comercializó el primer circuito integrado en 1961. Desde entonces, los semiconductores se han vuelto esenciales para la economía global, al mismo nivel que el petróleo, lo que les ha valido el apodo de “el nuevo oro negro”. Según la Semiconductor Industry Association (SIA), son el cuarto producto más comercializado en el mundo por valor, después del petróleo crudo, el petróleo refinado y la industria automotriz.
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