El agua, como elemento de juicio y redención, encuentra una poderosa expresión en ‘El gran diluvio’, una película que entrelaza el drama de un desastre natural con una profunda exploración de la ingeniería emocional. El director Kim Byeong-woo nos sumerge en la cotidianidad de una ciudad que, sin presagios, se ve alterada por una lluvia implacable. En este escenario de incertidumbre, An-na, una madre, lucha por proteger a su hijo dentro de un edificio que se convierte tanto en refugio como en prisión.
La narrativa se desarrolla a medida que An-na, exhausta y empapada, intenta escapar del agua que invade su edificio, mientras su hijo encuentra un juego en medio de la tragedia. Kim Byeong-woo utiliza este contraste para revelar la verdadera dimensión de la maternidad en un contexto donde cada decisión implica un dilema moral. La trama toma un giro inesperado al descubrirse que An-na participa en un programa científico de alcance global, transformando el desastre en una operación meticulosamente planeada. La ciencia se presenta como una fuerza que determina quién merece ser salvado y quién no, planteando una reflexión sobre la subordinación del individuo al progreso.
La figura de Hee-jo, encargado de la seguridad de An-na y su evacuación, introduce una perspectiva política. Representa al subordinado que ejecuta órdenes sin comprender su justificación, generando una tensión constante entre el deber y la conciencia. Su personaje, similar a aquellos que Denis Villeneuve suele presentar en situaciones extremas, subraya la distancia entre quienes obedecen y quienes cuestionan el poder. El ascenso por las escaleras se convierte en una metáfora de la opresión social, mientras la cámara sigue de cerca a ambos personajes, como si cada paso fuera un intento de escapar de algo más profundo que el agua.
A medida que la película revela la verdadera identidad de An-na, se adentra en un territorio más ambicioso. El ascenso físico se transforma en una escalada simbólica hacia una verdad incómoda: la humanidad ha confiado su destino a quienes ven la vida como un experimento. Kim Byeong-woo explora cómo la tecnología no solo modifica la naturaleza, sino también la conciencia, presentando a An-na como representante de una generación atrapada entre la responsabilidad científica y el deseo de preservar su espacio afectivo. La dirección introduce secuencias que difuminan la línea entre la realidad y la simulación, donde las emociones se evalúan como datos, influenciada por el cine de ciencia ficción más reflexivo y ofreciendo una crítica a la deshumanización inherente al desarrollo tecnológico.
El clímax de la tormenta revela la transformación de An-na, pasando de ser una madre en fuga a una científica consciente de las consecuencias de sus actos. Kim Byeong-woo utiliza el agua como símbolo de purificación y castigo, creando una ambigüedad que fortalece la película. La ciudad inundada, filmada con realismo y artificio, refleja una sociedad que ha confiado su destino a una razón instrumental. Netflix se presenta como el escenario ideal para esta historia, que se alinea con narrativas globales sobre el colapso, la vigilancia y la pérdida de autonomía. El director combina la tensión del thriller con una mirada analítica a las instituciones que deciden qué vidas son valiosas, evitando el dramatismo fácil y optando por una observación fría y sostenida.
El desenlace de la película confirma su carácter político. El rescate final no ofrece esperanza, sino el reconocimiento de que el control ha prevalecido sobre la compasión. Kim Byeong-woo desnuda las jerarquías del poder y examina la fe ciega en la ciencia como herramienta de salvación. ‘El gran diluvio’ advierte que el verdadero peligro no reside en el agua o los meteoritos, sino en la obediencia a un sistema que reduce la vida a un cálculo. La última imagen, con la madre y el hijo suspendidos sobre un mar infinito, resume la idea de que la civilización avanza sin prestar atención a quienes quedan atrás, y en esa velocidad reside su condena. La película se erige como una advertencia lúcida, un relato donde la tragedia natural se confunde con la consecuencia lógica de un modelo que ha perdido su propósito.
