La tradición del árbol de Navidad, tan arraigada en muchas culturas, tiene sus raíces en el siglo XVIII y en la corte inglesa. En 1761, Sofía Carlota de Mecklenburg-Streilitz contrajo matrimonio con el rey Jorge III, introduciendo costumbres alemanas en la corte, incluyendo la música, la botánica y, según se presume, una notable eficiencia.
En 1800, la reina Sofía Carlota organizó una gran fiesta navideña para los hijos de las familias más importantes de Windsor. Rompiendo con la costumbre de utilizar una rama de tejo, decidió colocar un árbol completo en el centro de la sala de estar en Queen’s Lodge, decorándolo con adornos y frutas.
El doctor John Watkins, uno de los asistentes a la fiesta, describió la escena: “En medio de la habitación se encontraba una enorme tina con un tejo colocado en ella, de cuyas ramas colgaban racimos de dulces, almendras y pasas en papel, frutas y juguetes dispuestos con mucho gusto, y todo iluminado por pequeñas velas de cera”.
La iniciativa fue un éxito rotundo y la reina continuó colocando árboles en las residencias reales. La tradición perduró incluso después de su muerte.
A mediados del siglo XIX, la popularidad y fascinación por la reina Victoria y su esposo llevaron a que sus seguidores imitaran los detalles de sus vidas. Cuando el príncipe Alberto ordenó que se entregaran abetos de su Alemania natal a la corte como árboles de Navidad, el público inglés comenzó a adoptar la práctica, colocando árboles en sus propios hogares.
Y la costumbre continúa hasta nuestros días.
