Sam Altman, un nombre que, hace apenas tres años, era prácticamente desconocido para el gran público, y que se ha impuesto con una velocidad asombrosa, similar a la rapidez con la que hemos adoptado el asistente conversacional ChatGPT. Altman es el fundador de esta revolución y, a los 40 años, se ha convertido en uno de los multimillonarios más destacados de Silicon Valley. Encarna tanto los temores como las esperanzas más audaces en torno a la inteligencia artificial generativa a través de OpenAI, la estructura que fundó en 2015. Un laboratorio que, en pocos años, ha pasado de ser una organización sin ánimo de lucro a una de las empresas más valiosas del mundo.
Pero antes de analizar este punto de inflexión, vale la pena mencionar la trayectoria de este discreto hombre de cuarenta años, quien, al igual que sus colegas del sector tech, tiene un atuendo característico: la combinación de vaqueros y camiseta. Una apariencia clásica, incluso banal, para transmitir un discurso grandilocuente, ya que Altman cree firmemente en la emergencia de una superinteligencia artificial, una tecnología tan avanzada que podría ofrecernos “superpoderes”, en sus propias palabras, y transformar la sociedad en una donde la IA gobernaría la industria, impactando en todos los sectores, desde el ejército hasta la creación artística y la educación.
En cuanto a sus estudios, Sam Altman siguió el camino tradicional, pasando por Stanford. La universidad californiana ofrece la oportunidad de desarrollar una startup en su campus, asegurando tanto la mejor formación teórica como el acceso a inversores en busca de la próxima joya. Sin embargo, no completó sus estudios, ya que el espíritu empresarial lo llamó antes.
A los 20 años, fundó su primera startup, Loopt, que permitía a los usuarios compartir su ubicación geográfica de forma selectiva, complementando las redes sociales emergentes. En 2014, dirigió “Y Combinator”, la poderosa incubadora que ha impulsado el desarrollo de empresas como Airbnb, Reddit y Dropbox. Sam Altman, por lo tanto, cuenta con una sólida red de contactos.
A los 30 años, fundó – junto con Elon Musk – OpenAI, un laboratorio sin ánimo de lucro dedicado a la investigación en inteligencia artificial. Sin embargo, la ambición de obtener beneficios se hizo demasiado fuerte para Altman, quien buscó transformar la misión original en una máquina de generar ingresos. Un año después del lanzamiento de ChatGPT, fue destituido por su propia junta directiva, pero, respaldado por el inversor Microsoft, regresó con plenos poderes para desarrollar sus productos a gran escala.
Actualmente, OpenAI está valorada en más de 500 mil millones de dólares. No obstante, la empresa sigue dependiendo de rondas de financiación para mantener este ritmo, ya que aún no es rentable y su modelo se basa en la creencia de que lo será en el futuro.
En este sentido, Sam Altman es un “profeta de la IA”, cuya habilidad reside en presentarse como el salvador de un peligro que él mismo ha creado. Indudablemente, posee un genio que le permite mantenerse en el centro de una industria en la que se ha convertido, en una sola década, en una voz tan impenetrable como indispensable.
