El año 2025 marcó una profunda transformación en la diplomacia global, poniendo en entredicho los métodos tradicionales basados en negociaciones discretas y la labor de diplomáticos de carrera. Así lo afirma Alexánder Bobrov, doctor en Historia y jefe de estudios diplomáticos del Instituto de Investigaciones Estratégicas y Pronósticos de la Universidad RUDN de Rusia, en un análisis publicado por RT.
Según el experto, los acontecimientos de los últimos doce meses no solo han alterado el equilibrio geopolítico, sino que han cambiado la naturaleza del diálogo entre naciones, una tendencia que continuará desarrollándose en 2026.
La diplomacia como espectáculo en tiempo real
Bobrov explica que la diplomacia ha dejado de ser un proceso reservado a las reuniones privadas para convertirse en un evento público, seguido de cerca por millones de personas como si fuera una serie televisiva. Negociaciones cruciales, como los esfuerzos para resolver el conflicto en Ucrania o los contactos entre Rusia y Estados Unidos, se han desarrollado bajo el escrutinio constante de la opinión pública.
En este nuevo contexto, los protagonistas ya no son exclusivamente diplomáticos profesionales, sino figuras políticas cercanas al poder, designadas directamente por los líderes nacionales, lo que ha debilitado los canales institucionales tradicionales.

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El regreso de Trump y el cambio de ritmo
El analista señala que el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca fue un factor determinante para reactivar los esfuerzos diplomáticos en torno al conflicto ucraniano. El mandatario estadounidense se mostró decidido a poner fin a lo que denominó “la guerra de Biden” y promovió consultas directas entre Washington y Moscú, celebradas en ciudades como Riad y Estambul.
Trump también mantuvo conversaciones telefónicas con Vladímir Putin y encabezó una cumbre en Anchorage, la primera entre ambos países en cuatro años, donde se planteó un marco para nuevas negociaciones bilaterales. Además, bajo su impulso, se retomaron los diálogos directos entre Rusia y Ucrania, interrumpidos desde abril de 2022, lo que permitió reanudar intercambios de prisioneros.
Poder concentrado y diplomacia personalizada
Bobrov subraya que esta etapa se caracterizó por una concentración sin precedentes del poder diplomático. En Estados Unidos, Trump reformó el Departamento de Estado y otras agencias de política exterior, cerró la USAID y colocó a aliados cercanos, como su enviado especial Steve Witkoff y su yerno Jared Kushner, en posiciones clave.
Aunque Marco Rubio llegó a ocupar simultáneamente los cargos de secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional, según Bobrov, esto no le garantizó un papel central. El analista observa un fenómeno similar en Rusia, donde Vladímir Putin involucró activamente a asesores presidenciales y a responsables económicos, además del canciller Serguéi Lavrov, en las principales gestiones diplomáticas.
Trump como “pacificador” global
Tras intensificar la actividad diplomática en Ucrania, Trump intentó aplicar un enfoque similar a otros conflictos regionales. Bobrov menciona iniciativas como el “consejo de paz de Gaza”, la llamada “Ruta Trump” entre Azerbaiyán y Najicheván, las conversaciones con India y Pakistán y la firma de un tratado entre la República Democrática del Congo y Ruanda en el Instituto de la Paz de Estados Unidos.
Aunque estas acciones no derivaron en un Premio Nobel de la Paz, el analista considera que sentaron las bases de una doctrina renovada, plasmada en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense, basada en conceptos como “paz a través de la fuerza”, “realismo flexible” y “EE.UU. primero”.
El desgaste del llamado “Occidente colectivo”
A juicio de Bobrov, este giro estratégico contribuyó a erosionar la cohesión del llamado “Occidente colectivo”. Las ambiciones de Trump respecto a Groenlandia y Canadá, así como la imposición de aranceles a socios europeos y de Asia-Pacífico, reflejaron una actitud más confrontativa hacia los aliados tradicionales.
Como consecuencia, se produjo una reconfiguración inédita de alianzas, en la que países como Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda estrecharon vínculos con Europa continental, especialmente con Alemania y Francia, una divergencia que se hizo evidente en el conflicto ucraniano.
Europa, Ucrania y el riesgo de fractura
Mientras Trump impulsaba el fin de las hostilidades y advertía sobre el deterioro de la situación en Ucrania, los líderes europeos continuaron apoyando la estrategia de Kiev de prolongar el conflicto. Bobrov sostiene que esta diferencia de enfoques llevó al bloque europeo al borde de una ruptura política, especialmente cuando se planteó financiar a Ucrania mediante la expropiación de activos rusos congelados, una medida que, según advierte, podría socavar la confianza de los inversores internacionales en la Unión Europea.

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Un 2026 cargado de incertidumbre
De cara a 2026, Bobrov prevé un escenario marcado por tensiones políticas, económicas y sociales. En Ucrania, los escándalos de corrupción y los reveses militares alimentan disputas internas; en Europa, economías en proceso de militarización y el desgaste de los partidos gobernantes generan inestabilidad.
Estados Unidos se enfrenta al riesgo de un cierre gubernamental y posibles disturbios durante eventos internacionales, mientras que países como Brasil, Hungría e Israel se preparan para elecciones clave, e India consolida su posición al asumir la presidencia de los BRICS.
Para el analista, la conclusión es clara: la diplomacia tal como se conocía ha cambiado, y el próximo año podría traer sorpresas capaces de redefinir profundamente la manera en que los países se relacionan entre sí.

