Los microprocesadores han sido durante mucho tiempo componentes esenciales pero invisibles, cuya producción podía ubicarse en diferentes lugares, ensamblarse en otros y consumirse en todo el mundo. Una serie de cambios recientes han alterado esta percepción. La pandemia de Covid-19, al generar interrupciones en el suministro, reveló las vulnerabilidades de aquellos que no controlaban la cadena de producción. Las tensiones entre China y Estados Unidos, y la emergencia de la inteligencia artificial (IA), han amplificado aún más el papel crucial de este pequeño cuadrado de silicio grabado con precisión, que se ha convertido en un eslabón estratégico de la geopolítica mundial, tema al que Le Monde dedica, a partir del lunes 22 de diciembre, una serie de cinco entregas.
Aparecidos en Estados Unidos a principios de la década de 1960, los chips ocupan ahora un lugar esencial en la carrera tecnológica mundial. El carbón fue el motor de la revolución industrial del siglo XIX, el petróleo impulsó la innovación y el crecimiento en el siglo XX, y los microprocesadores son el núcleo de la economía del siglo XXI. Son el tercer bien más intercambiado en el planeta después de los productos petroleros y la automoción, y se espera que el sector duplique su tamaño para finales de la década, superando los 1 billón de dólares. Ya no se trata simplemente de una industria, sino de un arma estratégica y una palanca diplomática que Estados Unidos, Taiwán y China se disputan con vehemencia, gracias a sus respectivos campeones, Nvidia, TSMC y Huawei.
La geopolítica de los microprocesadores ofrece duras lecciones a los europeos. Se perfila en torno a una zona geográfica alejada, el Pacífico, e incorpora un hipercapitalismo extremadamente hambriento de inversiones, investigación y desarrollo, y energía, en el que Europa aún no ha encontrado la manera de competir. La situación se complica por la dependencia de máquinas de fotolitografía, esenciales para el desarrollo de los chips más potentes utilizados en la IA. Sin embargo, en la producción masiva de microprocesadores de nueva generación y el dominio de la cadena de valor, Europa sigue siendo marginal. Esta es una vulnerabilidad peligrosa para su soberanía, ya que el poder económico del futuro no puede basarse en componentes que otros puedan ralentizar, restringir o condicionar según las alianzas y las tensiones internacionales.
Retraso acumulado
La geopolítica de los microprocesadores ofrece duras lecciones a los europeos. Se perfila en torno a una zona geográfica alejada, el Pacífico, e incorpora un hipercapitalismo extremadamente hambriento de inversiones, investigación y desarrollo, y energía, en el que Europa aún no ha encontrado la manera de competir.
El retraso acumulado no se subsanará con una mera dispersión de subvenciones, como ha ocurrido con demasiada frecuencia en el pasado reciente. El reglamento sobre microprocesadores, la Ley Europea de Chips, adoptada en 2023 por el Parlamento Europeo, va en la dirección correcta para garantizar una parte de nuestros suministros. Sin embargo, la respuesta sigue siendo insuficiente frente a Estados Unidos, que reacciona con brutalidad y un derroche de recursos, a China, que replica con ambición y determinación, o a Taiwán, que ha apostado por una inteligencia estratégica a largo plazo. Europa, que dispone de los recursos humanos, tecnológicos y financieros para ponerse al día, debe prepararse rápidamente. Pero después de haber vivido en la comodidad de la dependencia, la búsqueda de la soberanía se presenta como un camino largo y doloroso.
