En Estados Unidos, minerales esenciales para la transición a energías limpias están siendo desviados hacia la industria bélica, una estrategia que pone en riesgo los esfuerzos para combatir el cambio climático al transformar recursos sostenibles en municiones para futuros conflictos.
La creciente demanda global de minerales clave para la transición energética –como litio, cobalto, grafito y tierras raras– se está viendo silenciosamente redirigida hacia fines militares, una tendencia que expertos describen como una de las mayores paradojas de nuestro tiempo.
Dos nuevos estudios, The Growing Military Mineral Stockpile, del Transition Security Project, y Mining for War: Assessing the Pentagon’s Mineral Stockpile, de la investigadora Lorah Steichen, revelan que el Pentágono está transformando recursos cruciales para la lucha contra la crisis climática en armamento de última generación, justificando esta política con argumentos de seguridad nacional y rivalidad geopolítica, especialmente con China.
Según The Growing Military Mineral Stockpile, el Departamento de Defensa de EE. UU. planea acumular 7.500 toneladas de cobalto a través de la Agencia de Logística de Defensa (DLA). Esta cantidad sería suficiente para producir 80,2 GWh de capacidad de almacenamiento en baterías, más del doble de la capacidad actual de almacenamiento energético de Estados Unidos. El cobalto y el grafito, por su parte, podrían utilizarse para fabricar 100.000 autobuses eléctricos. En lugar de impulsar la transición energética, estos minerales quedan inmovilizados en reservas inaccesibles para el sector civil, siendo posteriormente destinados a tecnologías bélicas como sistemas autónomos, armamento de precisión y plataformas militares avanzadas basadas en inteligencia artificial.
Lo más preocupante, según los investigadores, es que al menos 38 minerales esenciales para la transición verde ya figuran en las listas de materiales estratégicos del programa militar de almacenamiento. En la práctica, los mismos elementos que deberían acelerar el abandono de los combustibles fósiles están ahora alimentando una nueva carrera armamentística.
El informe Mining for War, de Lorah Steichen, profundiza en el análisis y revela que el Pentágono no solo acumula minerales, sino que interfiere directamente en el mercado, adquiriendo participaciones en empresas mineras, asegurando contratos a largo plazo e influyendo en la arquitectura global de las cadenas de suministro. Esta intervención, advierte la autora, “desvía minerales críticos de las necesidades civiles, distorsiona las prioridades públicas y debilita cualquier política industrial centrada en la sostenibilidad”.
La militarización de los minerales no solo tiene implicaciones estratégicas, sino también un elevado costo ambiental y social. Las operaciones mineras asociadas a estos recursos provocan la destrucción de ecosistemas, la contaminación de suelos y ríos, y violaciones de los derechos de las comunidades locales. La creciente presión está acelerando además proyectos de minería en aguas profundas, un ámbito con escasa regulación y cuyos impactos ecológicos son aún mayormente desconocidos.
Esta realidad, aunque velada, ya está en marcha. Estos minerales están reforzando la infraestructura militar de países involucrados en conflictos, que a su vez se encuentran entre las principales fuentes de emisiones de carbono no contabilizadas a nivel mundial, como es el caso de la guerra en Gaza y en Ucrania. Un estudio publicado por el periódico británico “The Guardian” revela que “la guerra en Gaza produce emisiones de dióxido de carbono superiores a las de 100 países”. Todo esto ocurre mientras el Pentágono se mantiene como el mayor emisor institucional de gases de efecto invernadero del mundo, responsable de aproximadamente el 80% de las emisiones del gobierno estadounidense.
Para revertir esta tendencia, Lorah Steichen propone cuatro medidas fundamentales: reducir la demanda excesiva, especialmente en el sector militar; integrar normas rigurosas de justicia social y ambiental en los contratos públicos; democratizar la gobernanza de los recursos, garantizando transparencia y acceso equitativo; y fortalecer la cooperación global, incluyendo con China, para disminuir las tensiones y gestionar mejor los minerales críticos.
En conjunto, los estudios alertan sobre un escenario inquietante: a medida que el mundo intenta frenar la crisis climática, los minerales que deberían allanar el camino hacia un futuro energético limpio se están transformando en instrumentos de guerra. Una inversión que podría comprometer profundamente la posibilidad de una transición energética justa, sostenible y coordinada a escala mundial.
